Fue un 29 de abril de 1926 cuando murió Lucas Albarracín, fundador de la Sociedad Argentina Protectora de Animales y propulsor de la primera ley de “protección” animal en Argentina, la Ley 2.786, que tenía como objeto penalizar el “maltrato”.
Probablemente lo que motivó a Albarracín a proteger a los animales fue lo que casi un siglo después sabemos con certeza gracias a la experiencia propia, al sentido común, y por aval científico: que los demás animales sienten de manera similar a nosotros, que tienen experiencias subjetivas complejas, que tienen intereses, deseos, preferencias. Interés en vivir, y el deseo de hacerlo en sus propios términos. Al igual que cualquiera de nosotros.
El problema del maltrato, por lo tanto, comienza como la ineludible consecuencia del uso que hacemos de los animales cuando los transformamos en medios para nuestros fines.
Entendemos que es moralmente reprobable causarle sufrimiento innecesario a un individuo.
No obstante, las razones del enorme sufrimiento que causamos a los animales jamás podrían justificarse como “necesarias”. Los usamos por placer, diversión, o conveniencia, excusándonos en que “son sólo animales”, olvidándonos que nosotros también lo somos y que ellos, al igual que nosotros, son “alguien” y no “algo”.
Paradójicamente, festejamos este día llevando a nuestros niños al Zoológico, al Acuario o al Serpentario, donde seres que pertenecen a otros climas, otros lugares, otros espacios, son privados de su libertad para que nosotros podamos satisfacer nuestra curiosidad y divertirnos.
O compramos “mascotas” que cumplan con un determinado estándar estético o funcional, por moda o utilidad, mientras literalmente cientos de perros y gatos mueren en las perreras, en las calles, bajo las ruedas de un auto.
Tan diaria como innecesariamente usamos animales para alimentarnos, vestirnos y entretenernos, creyendo en supuestas necesidades que no son más que tradición y argumentos de venta.
Y los animales, concebidos como meros objetos, sucumben anónimamente.
A pesar de los esfuerzos de personas como Albarracín, la verdad es que no habrá una ley que los salve mientras ellos sean considerados bienes apropiables, mientras sus vidas tengan precio y no valor, y su daño sea justificado en beneficio de la ganancia económica de su explotador y el placer de su consumidor.
Creemos, por lo tanto, que el Día del Animal no debe ser un día de festejo, sino un día de conmemoración, de reflexión y de reivindicación.
Proponemos cambiar la mirada propuesta por el statu quo para darles lugar en nuestro círculo de respeto, dejando de lado las diferencias por las que arbitrariamente trazamos la línea de nuestra supuesta superioridad, para fijarnos en las similitudes, en lo que nos iguala, para poder empezar a hablar en serio, y no retóricamente, de derechos animales.
Ojalá comprendamos que esta injusticia puede ser revertida y así el horizonte para ellos deje de ser tan oscuro.
Tenemos el poder de cambiar y el deber de empezar a respetarlos.
Probablemente lo que motivó a Albarracín a proteger a los animales fue lo que casi un siglo después sabemos con certeza gracias a la experiencia propia, al sentido común, y por aval científico: que los demás animales sienten de manera similar a nosotros, que tienen experiencias subjetivas complejas, que tienen intereses, deseos, preferencias. Interés en vivir, y el deseo de hacerlo en sus propios términos. Al igual que cualquiera de nosotros.
El problema del maltrato, por lo tanto, comienza como la ineludible consecuencia del uso que hacemos de los animales cuando los transformamos en medios para nuestros fines.
Entendemos que es moralmente reprobable causarle sufrimiento innecesario a un individuo.
No obstante, las razones del enorme sufrimiento que causamos a los animales jamás podrían justificarse como “necesarias”. Los usamos por placer, diversión, o conveniencia, excusándonos en que “son sólo animales”, olvidándonos que nosotros también lo somos y que ellos, al igual que nosotros, son “alguien” y no “algo”.
Paradójicamente, festejamos este día llevando a nuestros niños al Zoológico, al Acuario o al Serpentario, donde seres que pertenecen a otros climas, otros lugares, otros espacios, son privados de su libertad para que nosotros podamos satisfacer nuestra curiosidad y divertirnos.
O compramos “mascotas” que cumplan con un determinado estándar estético o funcional, por moda o utilidad, mientras literalmente cientos de perros y gatos mueren en las perreras, en las calles, bajo las ruedas de un auto.
Tan diaria como innecesariamente usamos animales para alimentarnos, vestirnos y entretenernos, creyendo en supuestas necesidades que no son más que tradición y argumentos de venta.
Y los animales, concebidos como meros objetos, sucumben anónimamente.
A pesar de los esfuerzos de personas como Albarracín, la verdad es que no habrá una ley que los salve mientras ellos sean considerados bienes apropiables, mientras sus vidas tengan precio y no valor, y su daño sea justificado en beneficio de la ganancia económica de su explotador y el placer de su consumidor.
Creemos, por lo tanto, que el Día del Animal no debe ser un día de festejo, sino un día de conmemoración, de reflexión y de reivindicación.
Proponemos cambiar la mirada propuesta por el statu quo para darles lugar en nuestro círculo de respeto, dejando de lado las diferencias por las que arbitrariamente trazamos la línea de nuestra supuesta superioridad, para fijarnos en las similitudes, en lo que nos iguala, para poder empezar a hablar en serio, y no retóricamente, de derechos animales.
Ojalá comprendamos que esta injusticia puede ser revertida y así el horizonte para ellos deje de ser tan oscuro.
Tenemos el poder de cambiar y el deber de empezar a respetarlos.
Soledad Moretti
Alejandro Prieto
Red Animalista Mendoza
Alejandro Prieto
Red Animalista Mendoza
Publicado en: